Mis pasos por la Moneda: el día más triste de mi vida

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10 de septiembre de 2023 Hora: 05:42

Hola, mi nombre es Claudio Puente. Soy chileno, pero vivo hace 46 años en Venezuela. Quisiera narrarles lo que fue mi experiencia y mi memoria del golpe militar en Chile hace 50 años. Yo para septiembre de 1973 tenía 12 años, y a pesar de mi corta edad, ya tenía clara conciencia de lo que estaba pasando en Chile. Ya que mi padre era militante del Partido Socialista, y mi madre, que también era de izquierda, junto con mi hermano, participábamos en todas las marchas y actividades que organizaba la Unidad Popular. Recuerdo que la última gran marcha y concentración de apoyo al gobierno de Salvador Allende se realizó solo una semana antes del golpe militar. Esto fue el 4 de septiembre, para celebrar el tercer aniversario del triunfo de la Unidad Popular. Fue realmente impresionante. Yo creo que tal vez fue la mayor marcha y concentración de gente y de pueblo que se hizo durante la Unidad Popular. Dicen que reunió más de un millón de personas. Algunos hablan de casi un millón y medio de personas que se juntó alrededor de la Moneda. Y realmente casi no se podía caminar. Y a pesar de que la situación del país era terrible, porque había un gran desabastecimiento por la falta de los productos esenciales, había saboteo económico, y el terrorismo de la extrema derecha estaba desatado. A pesar de esa situación difícil, yo recuerdo que después de la marcha y de la concentración en la moneda, nos fuimos con mi familia a la casa pensando que al compañero presidente no lo podrían derrocar fácilmente.

Recuerdo que la situación con los grupos de extrema derecha era terrible, como el grupo Patria y Libertad. Prácticamente los últimos meses, semanas y días antes del golpe operaban impunemente. Era raro que hubiese un día en Chile que no hubiese un atentado contra un oleoducto, contra un puente, contra las torres de alta tensión. Casi todos los días se iba la electricidad. Incluso recuerdo que un vecino que estaba trabajando en la distribución de alimentos para combatir el desabastecimiento, lo mataron en uno de esos atentados. Así que esa situación era tremenda y operaban impunemente. Y más bien la policía y el ejército que le habían dado facultades especiales para combatirlo, lo que hacían era perseguir a los obreros, allanar la industria o reprimir a los sindicatos que se estaban organizando para resistir el golpe.

El día del golpe, con mi familia, nosotros vivíamos en la parte oeste de Santiago, por la zona de Villafrancia, pero yo estudiaba al otro lado de la ciudad, en La Reina. Por esta razón, todos los días tenía que atravesar completamente Santiago y normalmente pasaba caminando por la Alameda frente al Palacio Presidencial. Ese día, 11 de septiembre de 1973, me fui a la escuela, inocente que el golpe militar ya estaba en pleno desarrollo y normalmente tenía que tomar dos autobuses y el cambio de buses lo hacía en pleno centro de Santiago. Ya eran las siete y cuarto de la mañana cuando pasé caminando frente a La Moneda y a esa hora había poco tráfico y aún todo parecía normal. Luego, esperando en calle San Antonio con Alameda, me di cuenta de que estaba pasando muy poco tráfico y que no estaba pasando ningún transporte colectivo. Ya eran las siete y media de la mañana y los pocos negocios que habían abierto de repente comenzaron a cerrar sus puertas violentamente. Y ahí cerca había un señor de un kiosco de periódico y estaba cerrando muy asustado y nos grita váyanse rápido porque hay golpe de Estado. Ahí mismo fue que reaccioné y salí corriendo de regreso a mi casa. Cuando comienzo a regresar hacia mi casa por la Alameda, vuelvo a pasar frente a La Moneda, ¿no? Y allí aún no se había desatado el infierno, pero el palacio ya estaba totalmente rodeado por las tanquetas de carabineros. Después supimos que antes que comenzara el bombardeo y el ataque, la Guardia de Honor de Carabineros había abandonado totalmente el palacio. No se quedó ninguno a cumplir su misión y juramento de proteger al presidente. Cobarde y asesino. Por eso me indigna que aún siga existiendo Carabineros como institución después de tantos crímenes contra el pueblo chileno. Después, bueno, seguí caminando por la Alameda hacia el oeste, y cuando ya iba por Estación Central, se veía muy poca gente en las calles. De repente vi que venía un autobús a gran velocidad. Yo le hice seña y le grité agitando los brazos para que se parara. Este frenó y se paró a recogerme. El chofer iba solo, pero corría tan rápido que me fui al último asiento. Yo pensaba que nos íbamos a estrellar. Cuando ya íbamos por Avenida La Reja, le grité al chofer que se parara. Le di las gracias y me bajé. Siempre me he preguntado quién sería esa persona, ese chofer que me recogió en la Alameda, en pleno golpe de Estado, y qué habrá sido de él. Luego seguí caminando otros kilómetros hasta llegar a mi casa. Inmediatamente me enteré por mis hermanos que mi querida madre, Rosa Gómez, al enterarse del golpe, había salido corriendo a buscarme a la escuela.

Yo no sé cómo hizo mi madre para llegar hasta mi escuela y cuánto habrá sufrido al saber que yo no había llegado. La pobre muy angustiada tuvo que devolverse nuevamente para la casa, pero ya tratando de cruzar nuevamente Santiago, el centro estaba totalmente cercado por los militares y todo el tráfico de vehículos y personas era desviado hacia el norte del río Mapocho. No sé cuántos kilómetros habrá caminado mi madre, ya que mi escuela estaba yo creo que a más de 20 kilómetros de la casa y cuando ella estaba regresando ya al mediodía la Moneda estaba siendo atacada por aire y tierra por los militares. Recuerdo que yo me subía al techo de mi casa y veía cómo los aviones se lanzaban en picada sobre el centro de Santiago bombardeando el palacio presidencial. Yo recuerdo que sentí una gran rabia, tristeza e impotencia al ver en directo cómo bombardeaban al presidente Allende resistiendo con su gente en un combate extremadamente desigual. Al mismo tiempo tenía gran preocupación por mi madre que aún no regresaba después de salir a buscarme. Tampoco sabíamos nada de nuestro padre ya que en esos días se esperaba el golpe y él se quedaba con sus compañeros en la escuela de Bellas Artes de la Universidad de Chile donde trabajaba como profesor.

Mi madre, esa tarde, seguía caminando de regreso a casa por la parte norte del río Mapocho. Como los militares habían tomado todos los puentes, no dejaban pasar a nadie. Por esta razón, mi madre se tuvo que meter al agua para cruzar el río a la parte sur y luego seguir hacia el oeste de Santiago, donde vivíamos. Por fin mi madre logró llegar a casa después de esa tremenda travesía para buscarme. Ya eran como las 3 o 4 de la tarde. Luego supimos la terrible noticia de que la Moneda había caído y que el presidente Allende estaba muerto. Esa tarde el cielo se puso muy gris, recuerdo. Incluso llovió un rato. Ese 11 de septiembre de 1973 para mí ha sido el día más triste de toda mi vida.

Esa noche del 11 de septiembre ya los militares habían decretado el toque de queda y esperábamos lo peor en nuestra casa. No sabíamos nada de nuestro padre y pensábamos que en cualquier momento podrían llegar los militares o grupos de la extrema derecha para matarnos. Estábamos dispuestos a enfrentar a quien fuese. Esa noche nos organizamos con mis dos hermanos mayores para hacer guardia e incluso recuerdo que preparamos con unas bombas Molotov, con unas botellas. Al día siguiente del golpe recuerdo que hacia el sur de donde vivíamos estaba el cordón industrial Cerrillo. Allí algunos trabajadores seguían resistiendo el golpe. Yo escuchaba muy claramente el tableteo de la ametralladora y helicópteros militares pasaban volando muy bajo y disparando hacia la fábrica. Yo recuerdo que me encontraba mirando desde los bloques de Villafrancia que están por avenida 5 de Abril y de repente una bala perdida pegó en la parte alta del edificio. Ahí mismo salí corriendo para mi casa.

No recuerdo bien si fue al siguiente día, al segundo día o el tercer día, después del golpe militar que afortunadamente apareció mi padre. Se veía flaco y demacrado y se notaba que no había dormido bien. Esos primeros días y noches fueron terribles. Mataron mucha gente y los cadáveres los dejaban abandonados en las zonas populares o los tiraban al río Mapocho. A veces pasaban días sin que recogieran los muertos para que todo el mundo los viera y sembrar el terror en la gente. Recuerdo el día que nos allanaron nuestra casa. Esto fue tres semanas después del golpe militar, el día 4 de octubre del 73.

Nosotros vivíamos en una pequeña población de 160 casas llamada José Cardín, al lado de la zona popular de Villafrancia. Nuestra población era principalmente de clase media-baja. Sin embargo, la mayoría eran demócratas cristianos opuestos al gobierno de la Unidad Popular. Solo 10 familias de este sector éramos de izquierda y fue por una denuncia de los mismos vecinos que nos allanaron la casa. Esto fue tremendo porque cómo cambió la gente de un día para otro. Personas con las que habíamos compartido los mejores momentos, ¿no? El nacimiento de los hijos, los cumpleaños, las fiestas de Navidad y muchas cosas. Y de repente nos quitaron el saludo, nos dieron la espalda, incluso nos denunciaron ante las autoridades como los peores criminales.

Ese 4 de octubre lo recuerdo perfectamente porque además era el cumpleaños de mi abuela Ana. Ese día el toque de queda lo habían adelantado como una hora. Creo que comenzó a las 6 de la tarde. Y eran como las 7 u 8 de la noche cuando sentimos el escándalo de los perros ladrando. Al salir al jardín ya los militares habían tomado la población y nos gritaron que amarráramos a los perros o los mataban. Eran 500 militares para llenar solo 10 casas. Inmediatamente nos sacaron a la calle con las manos en la cabeza. Solo mi abuela y a mi abuelo los dejaron en su habitación. Los militares cargaban una lista de las 10 casas que iban a llenar y los nombres de las personas que iban a detener, entre las que se encontraba mi padre, Luis Alfonso Puente. Él se salvó porque esa noche como adelantaron el toque de queda decidió no ir para la casa para no llegar tarde y no correr el riesgo que lo agarraran los militares en la calle. A los milicos lo que más les interesaba además de ubicar a los que se llevarían detenidos era encontrar armas.

Recuerdo que había militares muy agresivos, otros se hacían los simpáticos, tratando de sacarnos información. Y los soldados más jóvenes, que seguramente estaban haciendo el servicio militar, se veían muy, muy asustados. Yo recuerdo que en ese momento no sentí miedo, pero sí muchísima rabia por el trato que nos daban. Lo único que me preocupaba en ese momento era que no le hicieran daño a mi madre o a mi hermana Jimena, que tenía sólo ocho años. Al que sí maltrataron físicamente fue a mi hermano mayor, Alfonso. Él tenía sólo 16 años, pero era muy alto y como se llamaba, igual que mi padre, se lo querían llevar detenido. A él lo tiraron al piso boca abajo y le dieron una patada por las costillas. Y un milico pasó balo en su fusil, se lo puso en la nuca para revisarlo y le dijo que si se movía, lo mataba.

Los militares que nos interrogaban insistían en que entregáramos las armas y nos metían miedo. Incluso, un soldado llegó preguntando en voz alta dónde iban a poner a los que iban a fusilar. Luego, después de voltear toda la casa, no pudieron encontrar nada. Ya nos habíamos desecho de todas las cosas que pudieran complicarnos, afiches, libros, propaganda de la Unidad Popular. Todos los sacamos y los enterramos fuera de la casa. Incluso, recuerdo un pequeño revólver calibre 22 que tenía mi padre, también lo enterramos. Afortunadamente, mi madre logró convencer a los milicos que no se llevaran a mi hermano Alfonso. Por la edad, no podía ser al que buscaban. Al otro día del allanamiento, mi hermano Alejandro salió temprano a esperar a mi padre en la parada para decirle que se fuera porque lo andaban buscando.

Yo recuerdo también el día que allanaron mi escuela. Yo estudiaba en la Escuela Experimental de Educación Artística en La Reina. Esta era una escuela muy especial porque además de la educación tradicional, uno aquí podía estudiar Artes Plásticas, Música y Danza. Yo recuerdo que un día, no sé si del año 73 o 74, en plena jornada de clase, en la mañana, llegaron los militares y se tomaron la escuela. A los niños menores recuerdo que nos juntaron en un patio y a los estudiantes más grandes de los cursos superiores los pusieron en otro patio con las manos en la cabeza y los fueron revisando uno por uno. Los militares revisaron todos los salones y los talleres. Lo único que encontraron y se llevaron de los talleres de arte fueron unos afiches grandes del Che, de Fidel y de Allende. Cuando los militares se fueron, el director Osvaldo Reyes estaba muy indignado. Ese era el fascismo que se había desatado en Chile.

Recién instalada la dictadura en Chile, a mi padre, al igual que a la mayoría de la gente de izquierda, los botaron de todos los trabajos, tanto públicos como privados. Los primeros meses y años de la dictadura fueron muy duros y difíciles, no solo por la represión, sino por la gran cantidad de cesantes que se quedaron en la calle. A mucha gente también le rebajaron los sueldos y nadie se atrevía a protestar. No recuerdo exactamente la fecha, pero fue en el año 74 cuando mi abuelo José Puente, padre de mi padre, se agravó por la diabetes y murió. En ese momento es cuando mi padre decide salir de Chile. Salió primero por tierra hacia Argentina, luego cruzó por Uruguay hasta Brasil y llegó hasta Río de Janeiro, porque allí vivía su hermana, mi tía Alejandrina Puente, quien se había casado con un brasileño. En Brasil la situación en esa época también era bastante complicada, tanto económica como política. Y mi tío le recomendó a mi padre que se fuera a Venezuela, donde él tenía amigos y la situación económica y política era mucho mejor que en Brasil.

La idea de mi padre era llegar hasta México, por dos razones, primero porque México siempre ha sido un país solidario con los refugiados de toda América Latina, incluso con los refugiados de otras partes del mundo. La otra razón por la que mi padre quería llegar a México era porque él era artista plástico y tenía gran admiración por la obra artística de los muralistas mexicanos como Siqueiro y Diego Rivera. Mi padre durante el gobierno de la Unidad Popular trabajó en varios murales, incluso él participó y ganó el concurso para la realización de dos murales en el aeropuerto internacional de Santiago. Solo se alcanzó a culminar uno de estos murales antes del golpe militar, luego en la dictadura le instalaron sobre los murales unos teléfonos públicos hasta que los terminaron de borrar definitivamente.

Mi padre llegó a Venezuela en el año 75. Aquí consiguió muy buenos amigos y la gran solidaridad del pueblo venezolano. Por esta razón y por el hecho de que Venezuela quedaba mucho más cerca de Chile que de México, decidió quedarse aquí y el año siguiente, el año 1976, logramos reunirnos nuevamente como familia y así seguir creciendo y existiendo. Para concluir, quisiera decir que a pesar de todas las situaciones difíciles que tuvimos que vivir a raíz del golpe militar en Chile, creo que como familia tuvimos mucha suerte. No perdimos a ningún miembro de la familia y mi padre se salvó de no caer detenido. Si no, seguramente nuestra historia sería muy diferente. Siempre he pensado que si no hubiésemos salido de Chile no habríamos logrado sobrevivir y habríamos terminado como tantas personas y familias que destruyó la dictadura, como los hermanos Vergara Toledo, Rafael, Eduardo y Pablo, queridos amigos de la infancia que vivían a dos casas de la nuestra. A veces hasta me he sentido culpable por la suerte de sobrevivir y ellos no.

Creo que el mejor gobierno y presidente que ha existido en la historia de Chile fue el del presidente Salvador Allende. Sin embargo, creo que él se equivocó al final, al asumir una posición muy conservadora y pacifista, pensando que con ello evitaría la masacre de su pueblo. Creo que si Allende hubiese llamado al pueblo a tomar el centro de Santiago y los puntos más estratégicos en todo Chile, los militares cobardes y traidores no se hubiesen atrevido a dar el golpe. En todo caso, era preferible morir combatiendo en las calles y no en los campos de prisioneros bajo la tortura y la humillación. Espero que algún día, más temprano que tarde, como dijo Allende, aparezca una nueva generación que sea capaz de construir una nueva sociedad, sin milicos ni pacos asesinos. Una sociedad de paz, de bienestar y justicia, como la soñó el compañero presidente Salvador Allende.

Autor: teleSUR - Claudio Puente